lunes, 24 de noviembre de 2014

Las Tortas en los recreos años 70´S

       Las Tortas en los recreos años 70´S

Enviado por Carlos Roger Priego
el 13/7/2007 14:30:00 (1384 Lecturas) Artículos del mismo redactor

Cuando a las 10:30 de la mañana tocaba la chicharra se escuchaba un clamoroso ¡EEEEEEEE!, era la llamada a recreo. El plan inmediato era solucionar el problema ocasionado por el rechinar de tripas y ahí se presentaba un serio dilema multicultural.
Los "lunch" se dividían en varios estilos; la torta de frijoles negros era la típica para muchos niños entre los que resaltaban; Alfredo López Negrete, Rogelio, Jesús Mejía y otros que no recuerdo. No tenemos presente otra imagen— no porque no hubiera más representantes de esta delicia gastronómica—, sino porque no era la de siempre; había variantes, una era la efectuada por los hermanos Manuel y Miguel Aguilar que consistía en agregar blanquillos al fríjol. La técnica era explicada por los mismos hermanitos Aguilar.
"Somos 10 hermanos —decía ufano Miguel— mi mamá nos hace en una cacerola el fríjol con huevo mientras mis hermanas ayudan a rellenar los panes; como no nos da tiempo de desayunar más que un vaso de café con leche, la torta se transforma en desayuno".
Esa explicación era fantástica pues resolvía un añejo problema, que mi madre resolvía de otra manera; nos daba un tremendo licuado consistente en dos huevos y chocolate con el agregado científico que escuchó con —toda certeza en Radio Red —de un plátano. Con semejante bomba era difícil tener hambre hasta pasado el mediodía.
Había tortas de todo tipo en teleras o bolillos, cosa incomprensible para el niño Daniel Amezquita, quien haciendo gala de sus refinados conocimientos de buena mesa —y de los cuales su cuerpo era digno representante— aseguraba que la torta era en telera y no en bolillo, lo cual no parecía inmutar mucho a la niña Leonora que solía llevar un bolillo con mermelada de fresa, la cual por cierto no era muy solicitada.
Claro, y como en buena película mexicana, nunca faltaba el niño que se la pasaba pidiendo mordiditas, técnica aprendida del popular "chavo del ocho". De esta fina artimaña se hizo experto Pedro Espinoza de los Monteros. Por supuesto que las primeras víctimas eran las tortas de jamón, las cuales por extrañísimas razones eran propiedad casi exclusiva de las niñas. El color rojo concentrado que adquiría la cara de Pedro —cuando algo le apenaba— se convertía en su mejor arma cuando solicitaba una probadita. Esto, claro, no lo hacía del diario, salvo en quinto año cuando una niña de nombre Magali le ofrecía la torta que ella no quería comerse, Pedro la tomaba y se retiraba al árbol del fondo del patio, Ahí, pretendiendo no ser visto, devoraba la torta de chorizo con huevo.
Una parte de los niños del salón tenían ese lunch enviado por sus madres. No recuerdo que alguien llevara alguna lonchera vistosa, todo era sin marcas y sin superhéroes, sin cajitas felices. Unas bolsas del pan o simplemente en servilletas suplían a la lonchera. Algunos, acaso, llevarían cantimplora. Era la sencillez de los niños antes del TLC.
Los que no llevaban torta:
Claro, existía una diferencia esencial entre los que tenían madre trabajadora (vamos, que laboraba fuera del hogar) y los que tenían mamá de tiempo completo. Los primeros llevaban dinero para comprar.
El dinero para gastar, del diario, desde 1972 a 1976 fluctuaba entre un peso y cinco pesos, alcanzaba para la torta, los tacos y el chesco (Pascual Boing que eran los únicos permitidos vender y luego ya ni esos). Dentro de esos manjares destacaban las tortas que eran hechas y vendidas por Magda la conserje. Eran altamente apreciadas y nunca se supo que alguien se enfermara por ingerirlas.
Fuera de la comida de Magda, solo quedaban los dulces, papas "Bali" y Gansitos de la cooperativa. Una excepción lo hacia la "venta" que era una vendimia de comida hecha por las madres de los alumnos para beneficio de la escuela. Ese acto merecerá un artículo aparte.
Algunos no comían absolutamente nada durante el recreo, ya fuera porque desayunaban muy fuerte, o porque no les daban ni dinero ni torta; eso sí tenían un orgullo muy fuerte, pues no pedían mordidas; eso sí prestos estaban y atentísimos cuando se escuchaban voces de disparar la papas.
El más pródigo en el noble arte de "disparar" era Rafael Morones, lo cual le atrajo una gran cantidad de amigos y la sonrisa de no pocas niñas.
Había una niña muy rubia, extremadamente rubia, que cuando iniciaba el recreo se acercaba a nuestro salón y sigilosamente compartía con su hermana y las amigas de esta una gran cantidad de dulces, de todo tipo. ¡Era Paty!, la hermana de la también rubia Pilar Aguirre. Nunca supimos el origen de tamaño tesoro y dio pie a infinidad de mitos y leyendas aún hoy día no aclaradas del todo. Las rubias beldades en ocasiones disfrutaban de unas suculentas tortas de pollo con mole. Siempre se me antojaron (las tortas) pero al igual que a muchos niños no se nos daba eso de pedir la probadita. Sin embargo aparecía cual madrina— la famosa galleta, quien siempre lograba espléndidas porciones de tan deseados refrigerios.
No era esa la única gracia de la galleta, pues también poseía la mejor torta, al juzgar de sus contenidos. A ella debo el probar los mejores quesos manchegos y embutidos de la región.
Como en toda primaria, que se aprecie de serlo, no podía faltar el gran campeón cometortas. Este singular sitio era ocupado por Alberto quién podía comerse hasta tres en un solo recreo y esto era aprovechado por varios niños a los cuales su torta de lentejas o de recalentado no les era atractiva, cediéndola gustosamente, Alberto no hacia discriminación alguna y las engullía sin más contemplaciones.
Había también tortas increíbles como las que se jactaban de comer —pero que nunca llevaron a la escuela— Samuel Díaz Barriga y Salomón Golberg, nos mencionaban desde la tradicional de aguacate con sal y nopales, hasta las exóticas: tortas de plátano, papaya, chile y sandia. Luego Fernado Zurita, a manera de choteo, les agregaba una inverosímil: de caldo de pollo.
— ¡Eso no existe!, no es posible— dijo el niño Arturo Salas, quien era ducho en el asunto.
—Te lo juro, — exclamó Fernando, quien desde ese momento mostraba sus inclinaciones hacia la abogacía y agregó:
—Ve la torta que trae Guillermina y verás cómo es posible.
—Vamos de molito con arroz pues es pasable —contestó Arturo, quien cada fin de semana asistía a alguna celebración familiar.
No sólo a Arturo, sino a varios nos intrigó de qué era la mencionada torta de Guillermina.
La investigación duró varios días; en primer lugar porque la Guille era un tanto huraña y no siempre llevaba la misteriosa torta. Por fin un día y bajo el aviso de Minerva Olguín, quien fingiendo querer una "mordidita", nos reveló el contenido.
Lentamente quitando el papel de estraza, y la servilleta que lo envolvía, pudimos observar el bolillo, que en su exterior nos descubría el contenido, secretamente guardado, pensé que se trataría de sardinas. Elio sugirió que era de anchoas, mas al destaparse la cubierta de pan, la gran sorpresa...
Bueno no era de caldo de pollo en su lugar pudimos ver las letras i, e t, u, y algunos fideos: era una torta de ¡sopa de pasta!
Minerva le regresó su "manjar" a la Guille, quién se había alejado por el llamado de alguna de sus once hermanas…
Los desayunos escolares implantados por Vasconcelos eran reservados solamente para las escuelas de la periferia o las "consentidas" del régimen, como la Benito Juárez.

Dudo mucho que el lunch de la Guille pueda clasificarse como "alimento de valor proteínico", pero cuando en plena demagogia de Echeverría y de López Portillo se mencionaba la enorme fuente de proteínas que contenían los insectos y de los cuales se podría alimentar al pueblo, la torta de sopa resultaba ser una solución más sabia, pariente cercana de nuestra tradicional "guajolota", es decir la torta de tamal cuyo alto contenido llenador lo descubriríamos a las puertas de la panadería "La Condesa" frente a los edificios del mismo nombre.

Siempre me ha sorprendido la habilidad de las madres mexicanas para dar de comer a sus hijos, porque en nuestra primaria nadie se quedaba con hambre. Y si no para esos estaban ahí las tortas de sopa. — ¡Y de caldo de camarón! — agregaría Fernando Zurita….

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