lunes, 9 de noviembre de 2015

Un chico se va de casa en los edificios Condesa

Un chico se va de casa en los edificios Condesa

 Sería un muchacho de unos 16 o 17 años, de cabellos chinos, muy blanco, con una mejillas muy coloradas adornadas a con algunas pecas y ojos color verde «charco » era  hijo de un connotado abogado de apellido “Avendaño”, vivían en alguno de los departamentos de los Edificio Condesa.

Su padre después de varias horas de pasar el día en los juzgados y otras raleas, acudía por lo general jueves o viernes al pequeño «Oasis» que representaba la “Borrachería” de Sonora No 14.

Sitio ideal porque era el único que permanecía abierto toda la noche y al cual se tenía acceso con tocar la puerta y ser reconocido por alguna de las meseras del lugar.

Le ley decía que no podían permanecer abiertas las loncherías más allá de las once de la noche.

Esta grave dificultad la salvaba mi padre, cerrando la puerta corrediza y sola permitiendo la entrada, si eran “borrachos conocidos.
Esto le permitió a la “borrachería” ser un verdadero centro social, pues todas las clases sociales Condesianas y de la Roma acudían alegremente a libar hasta ya muy entrada la madrugada.

El “Hijo” de Avendaño  solía reunirse con algunos pilletes que deambulaban por las calles cercanas a los edificios Condesa. Muchacho inquieto a los 17 años tuvo el primer choque generacional con el “ruco”, pues no quería ser abogado a tal grado que no pensaba estudiar la prepa, él quería ser músico o mejor dicho como no sabía que quería ser  le hacía al “músico”.

Sería el primero de los que llegarían a la Borrachería a pedir asilo, pues se habían peleado con su padre y los había corrido de la casa…ese era un buen argumento más mi padre buen conocedor de las inquietudes juveniles sabía que en realidad se estaban fugando de la casa…

Benévolo lo acepto con la condición de que se “viera” donde se iba a quedar… El muchacho nada tonto, improvisó un cuarto de madera justo en la bodega de las cervezas, consiguió un colchón viejo  y con unos huacales  tenía ya su “cuarto”.

El abogado tardó una semana en enterarse y desde luego se lo quiso llevar, más mi padre lo disuadió diciéndole que no aguantaría mucho y que era mejor que estuviera ahí “vigilado” que deambulando en las calles o durmiendo en el “lote de autos del honrado  teporocho”, el cual se ubicaba junto en el camellón de la calle Veracruz, pues por extrañas razones aun en día hoy desconocida una decena de autos viejos se encontraban ahí estacionados y sirviendo de morada…

El Abogado aceptó e incluso ofreció una pequeña  subvención a cambio de la casa y comida de su muchacho.

Desde luego él no supo nada de ese acuerdo de caballeros.

Para mi  primero despertó curiosidad, pues desde el primer día que lo vi “construyendo” su cuarto lo  bombardee con una serie de preguntas sobre su vida.

…ni tardo ni perezoso  me contó de las aventuras de los personajes del barrio.

Creo que buscaba un aliado y una justificación de su estancia en la casa y me encontró a mí, fue esa especie de hermano mayor que nunca tuve.  (Refrito que escriben todos los que cuentan su infancia, no porque sea verdad sino porque así encontramos un justificante psicológico,).

 A las meseras y a mis hermanas  nos impresionaba con proezas como “escalar” la fachada de la casa, tal virtud después descubría  la empleaba en otras casas con fines muy diferentes a los de impresionar.

Salía todo el día, después de desayunar claro está,  algunas veces a comer, y hasta las 9 o 10 de la noche regresaba. Yo lo esperaba ávido de las aventuras del día, era una especie mezcal de James Dean y de Eliot Ness pues lo mismo me platicaba de las fiestas y movidas en la Roma que de aventuras de cómo había evitado a los delincuentes.

Notaba que en muchas ocasiones cuando regresaba tenía los ojos rojísimos además  de un hablar muy raro acompañado de una gran risa de lo que él mismo contaba.

Su padre se encontraba ya preocupado pues pasaban ya dos meses y aquel imberbe no daba muestras de querer regresar a casa, sin saber que cuando él estaba en los juzgados, el chico iba a casa y la madre le recargaba la panza de fiambres…

Y así su orgullo o mejor dicho su necesidad fue cediendo, pues llegaba Navidad, los regalos… Y su ropa lucía cada vez más railita…

Por fin una noche llegó su padre ; solicitó ir a la bodega, en ese momento el chico se desmoronó , tuvieron una breve entrevista, quizá mutuas promesas y ese mismo día cogió sus escasos trapitos y se marchó…

Lo vi salir, querido no se fuera, aquel manantial de historias fantásticas.

Mi padre no dijo una sola palabra, solamente le vi poner una cinta a un reloj, con el apellido Avendaño…

Dos años después regresaría pero él ya no era el mismo, ni mi padre estaba ni la navidad remediaría la situación, aquellos ojos verdes como de charco, que algunas veces estaban rojísimos  se convertirían en un estado habitual…






















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