Un chico se va de casa en los edificios Condesa
Un
chico se va de casa en los edificios Condesa
Sería un muchacho de unos 16 o 17 años, de
cabellos chinos, muy blanco, con una mejillas muy coloradas adornadas a con algunas
pecas y ojos color verde «charco » era hijo de un connotado abogado de apellido “Avendaño”,
vivían en alguno de los departamentos de los Edificio Condesa.
Su padre después de varias
horas de pasar el día en los juzgados y otras raleas, acudía por lo general
jueves o viernes al pequeño «Oasis» que representaba la “Borrachería” de Sonora No
14.
Sitio ideal porque era el único
que permanecía abierto toda la noche y al cual se tenía acceso con tocar la
puerta y ser reconocido por alguna de las meseras del lugar.
Le ley decía que no podían permanecer
abiertas las loncherías más allá de las once de la noche.
Esta grave dificultad la salvaba
mi padre, cerrando la puerta corrediza y sola permitiendo la entrada, si eran
“borrachos conocidos.
Esto le permitió a la “borrachería”
ser un verdadero centro social, pues todas las clases sociales Condesianas y de
la Roma acudían alegremente a libar hasta ya muy entrada la madrugada.
El “Hijo” de Avendaño solía reunirse con algunos pilletes que
deambulaban por las calles cercanas a los edificios Condesa. Muchacho inquieto
a los 17 años tuvo el primer choque generacional con el “ruco”, pues no quería
ser abogado a tal grado que no pensaba estudiar la prepa, él quería ser músico o
mejor dicho como no sabía que quería ser
le hacía al “músico”.
Sería el primero de los que llegarían
a la Borrachería a pedir asilo, pues se habían peleado con su padre y los había
corrido de la casa…ese era un buen argumento más mi padre buen conocedor de las
inquietudes juveniles sabía que en realidad se estaban fugando de la casa…
Benévolo lo acepto con la condición
de que se “viera” donde se iba a quedar… El muchacho nada tonto, improvisó un
cuarto de madera justo en la bodega de las cervezas, consiguió un colchón viejo
y con unos huacales tenía ya su “cuarto”.
El abogado tardó una semana en
enterarse y desde luego se lo quiso llevar, más mi padre lo disuadió diciéndole
que no aguantaría mucho y que era mejor que estuviera ahí “vigilado” que
deambulando en las calles o durmiendo en el “lote de autos del honrado teporocho”, el cual se ubicaba junto en el camellón
de la calle Veracruz, pues por extrañas razones aun en día hoy desconocida una
decena de autos viejos se encontraban ahí estacionados y sirviendo de morada…
El Abogado aceptó e incluso ofreció
una pequeña subvención a cambio de la
casa y comida de su muchacho.
Desde luego él no supo nada de
ese acuerdo de caballeros.
Para mi primero despertó curiosidad, pues desde el
primer día que lo vi “construyendo” su cuarto lo bombardee con una serie de preguntas sobre su
vida.
…ni tardo ni perezoso me contó de las aventuras de los personajes
del barrio.
Creo que buscaba un aliado y
una justificación de su estancia en la casa y me encontró a mí, fue esa especie
de hermano mayor que nunca tuve. (Refrito
que escriben todos los que cuentan su infancia, no porque sea verdad sino
porque así encontramos un justificante psicológico,).
A las meseras y a mis hermanas nos impresionaba con proezas como “escalar” la
fachada de la casa, tal virtud después descubría la empleaba en otras casas con fines muy
diferentes a los de impresionar.
Salía todo el día, después de
desayunar claro está, algunas veces a comer,
y hasta las 9 o 10 de la noche regresaba. Yo lo esperaba ávido de las aventuras
del día, era una especie mezcal de James Dean y de Eliot Ness pues lo mismo me
platicaba de las fiestas y movidas en la Roma que de aventuras de cómo había evitado
a los delincuentes.
Notaba que en muchas ocasiones
cuando regresaba tenía los ojos rojísimos además de un hablar muy raro acompañado de una gran
risa de lo que él mismo contaba.
Su padre se encontraba ya preocupado
pues pasaban ya dos meses y aquel imberbe no daba muestras de querer regresar a
casa, sin saber que cuando él estaba en los juzgados, el chico iba a casa y la
madre le recargaba la panza de fiambres…
Y así su orgullo o mejor dicho
su necesidad fue cediendo, pues llegaba Navidad, los regalos… Y su ropa lucía cada
vez más railita…
Por fin una noche llegó su
padre ; solicitó ir a la bodega, en ese momento el chico se desmoronó , tuvieron
una breve entrevista, quizá mutuas promesas y ese mismo día cogió sus escasos
trapitos y se marchó…
Lo vi salir, querido no se
fuera, aquel manantial de historias fantásticas.
Mi padre no dijo una sola
palabra, solamente le vi poner una cinta a un reloj, con el apellido Avendaño…
Dos años después regresaría pero él ya no era el mismo, ni mi padre estaba ni la navidad remediaría la situación,
aquellos ojos verdes como de charco, que algunas veces estaban rojísimos se convertirían en un estado habitual…
Etiquetas: Noviembre de 2015